A little Thomarie II

Se separó de él bruscamente.
Le cosquilleaba todo.
Las manos, el estómago, la piel... incluso zonas que no mencionaría públicamente. El tiempo pareció detenerse pero ella se sentía con más energía que nunca, quería escapar, quería encogerse hasta desaparecer. ¿Qué acababa de pasar? Había besado a Tommy. Había besado a Tommy. Había besado a Thomas. ¿Había besado a Thomas?
Fletcher.
Fletcher.
Fletcher.
El apellido resonó en las paredes de su mente como un eco acusador. El hijo de su tío Ferb. Su... primo. ¿Qué había hecho? Eran familia ¿No? Habían crecido juntos. No compartían sangre pero... Era igual, era... estaba mal ¿cierto? todo el mundo pensaría lo mismo. Entonces ¿por qué quería hacerlo de nuevo?

—Marie... —su voz, diablos, su voz. ¿Había sido así de atractiva siempre? ¿O es que se transformaba la percepción después de besar a alguien?—. Marie, di algo por todos los santos.

Pero Marie no podía. El calor extraño la envolvía, aún cuando el viento en la terraza era fuerte y constante. Lo había besado. Rememoró el momento y se mordió el labio, húmedo y helado. Se sintió estremecer, pero no era el frío; era algo más profundo y primitivo, demoledor, a punto de derrumbar la fina pared de dudas y remordimientos que se había erigido en su interior.

—Marie... Elizabeth... Elizabeth —¿alguna vez la había llamado por su segundo nombre? No, jamás, pero cada vez se sentía más como un acto desesperado por desligarla de su verdadera identidad, de la naturaleza su relación. Elizabeth no era la prima con la que había crecido o tal vez sí, pero quizá así era más fácil olvidar los inventos fallidos en el patio trasero.  O los almuerzos con los abuelos comunes a los dos—..., no te muerdas el labio, por favor.

Thomas enrojeció, su deseos era demasiado obvios. ¿Pedirle que no se mordiera el labio? ¿En qué mierdas estaba pensado? Quizá en mordércelo él mismo. Tenía sentido, irónicamente, que perdía el sentido al estar tan cerca de ella.

¿Estaba demasiado ebrio? Solo había bebido dos cervezas y la noche era jóven, pero con Marie... Elizabeth, nunca se podía estar cauto de más. Había perdido el control, su padre estaría decepcionado de él, seguramente sus movimientos para conquistar a su madre habían sido tan sutiles, tan fluidos. Y ¿qué había hecho él? ¿Tomarla por la cintura y ebrio preguntarle lo que estaba sintiendo? Vaya movimientos, en su defensa diría que juraría que ella le coqueteó primero...

¿A quién engañaba? Ella no tenía idea del coqueteo, seguramente en ese mismo instante quería salir corriendo a llorar porque ¡maldita sea! eran jodidos primos. Y todo porque no se había podido contener. Sus sentimientos los había asumido años atrás, pero una cosa era pecar de pensamiento y otra muy distinta de la carne. Nunca pensó que esto ocurriría de verdad. Sin embargo, aquí estaba, mirando esos ojos inmensos.

Marie le observó los labios detenidamente y se encontró a si misma subiéndole las manos por el pecho ante su desconcertada mirada, para luego subirlas más, hasta dejarlas hundirse en su pelo castaño.

Sonrió casi maliciosamente al notar que no despegaba los brazos de los lados del cuerpo.

—¿En dónde íbamos?